domingo, 12 de diciembre de 2010

El PacTo/ La fLor de la PasioNaria/


I
No sabían nada el uno del otro. Era su acuerdo y se lo habían prometido. Cuando los jueves, al caer la tarde,  caminaban por el parque, ellos se buscaban, furtivos, entre el techado espeso de pasionarias. Este perfecto cobijo verdoso sembraba su actos con zarcillos azules que trepaban tejiendo perfectas marañas. Allí, entre el aroma de las flores de la pasión, dejaban asomar sus arrebatos y delirios.
Luego, cada cual volvía a su común existencia: él a sus escritos, y ella a su marido.

II
Llovía y tuvo que abrir su paraguas. Miró hacia arriba fijando sus ojos en la misma ventana del gastado edificio que tanto la intrigó cada vez que visitaba aquella apartada librería.
De nuevo lo vio. Encontró la silueta de aquel hombre detrás de los cristales que la miraba cuando abandonaba el edificio, hasta que doblaba la calle y se perdía de vista.

III
Desde la ventana de su despacho, pudo mirarla llegar caminando lentamente  y esperó a que cruzara la calle por el paso de enfrente, como antes. Su respiración empañaba los mojados cristales a los que permanecía adherido.
Sonrió levemente al ver sus esfuerzos por cobijarse de la lluvia,  bajo aquel traidor paraguas que de repente se dobló vencido por la fuerza del viento. No supo si en algún momento ella alzó sus ojos hacia arriba. Era una mañana cualquiera de un día de enero.

IV
Sus miradas, sin nexo,  siguieron cruzándose sin osar traspasar la barrera del silencio. Alguna vez intentó esperarla al salir, y contarle que ahora él cultivaba  pasionarias en su seto. Desde que ella faltó a sus sigilosas citas absorbía el perfume de las  flores azules que empañaban su memoria después de tantos años.
Pero se limitaba a verla desaparecer tibiamente sin mirar hacia atrás.
Fueron los términos de su acuerdo.
 
V
Encontró un libro de poemas nuevo; otro con su imagen en la portada y cascadas de versos de recordada pasión. Empezó a guardarlos, uno tras otro, con excesiva avidez. Cuando pasaba las hojas de cada poemario, ella creía  percibir nítidamente el aroma azulado de las enredaderas del parque de los jueves del año.
Esta obsesión se repetía cada vez que conseguía poder caminar durante al menos una hora.
 
VI
A menudo, ella le escribía cartas. Describía detalladamente los abrazos que regalaba al aire recordando sus encuentros, y explicaba tímidamente los fallos de su cuerpo, tras la dura respuesta de su esposo a su perversa infidelidad.
Pero luego, una vez más, recordaba el pacto y las rompía en pedazos.
 
/AnA GaliNdo/
 
IlusTracióN MarTa OrlowsKa

6 comentarios:

TORO SALVAJE dijo...

El temible esposo...
Tres almas en pena.

Besos.

Cecilia dijo...

ufff
vivir para evocar "los jueves del año"
un día .. para el resto de la ¿vida?

Muy bueno Ana,
besos.

Antorelo dijo...

Ana, has combinado con muy buen hacer una serie de ingredientes y te ha salido un texto maravilloso.
Te felicito, de verdad.
Un abrazo

Unknown dijo...

una melancolía de jueves tendrá toda la vida, sus pasionarias,un libro de poemasy explicaciones rotas de infidelidad. Enternece, tu relato. Besos Ana

Cecy dijo...

Rompía en pedazos el papel, un acto tan doloroso como esos corazones rotos.

Un beso.

MIMOSA dijo...

Hola cariño, sabes que hay veces que me pierdo, unas porque lo necesito, otras por trabajo, pero siempre vuelvo, recalo allá donde un día encontré.
Cada uno de esos jueves fijado en su memoria, cada hoja de poema envuelto en su corazón, más cuanto amor! Cuánto dolor debe ser tener el amor encerrado y silencioso, por un pacto.
Precioso Ana, no podía ser de otro modo saliendo de ti.
Un fuerte abrazo!!