lunes, 22 de marzo de 2021

Ignorancia

 



Hubo un ayer 
en el que siempre vaciabas tu dulzura
en esa copa de vino 
que compartíamos de la mano
olvidados del tiempo y de los acantilados 
que podían devorarnos.

Una felicidad prestada, 
sin pedir mucho a cambio.

Pero a cada gota de lluvia, 
que intentaba no ver, 
dejaste de regalarme tus versos
para anotarlos en otras esquinas
doblegadas  y complejas.

Fue entonces cuando comencé
a comprender mi ignorancia.

Que algún día llegarías a quererme
sin preguntas.
Y algún día llegarías a quererme,
aún,
sin respuestas.

Ese día yo me querría también.
En realidad me quise siempre y,
por eso,
dejé de preguntarme y responderme.




Y aquí estoy observando cómo,
ya, 
había comenzado a intuir
que todas las preguntas y las respuestas
estaban y están en mí.
Y que no importaban, ni importan, demasiado
si hubieras aprendido cómo quererme bien.

Y tal vez me adivinas diferente.
Ni más bella, ni más inteligente,
ni más precavida, ni más osada.
Diferente.
O más yo que nunca.

Y, ahora, yo también 
a pesar de mi ignorancia
quizás te mire diferente.
Ni más guapo, ni más sensato, ni más pensativo,
ni más maduro.
Diferente. O más tú que nunca.




Quizás me volví más etérea. 

Más aire que fuego.
Más hielo que siempre.
Más sed que antes.
Más fuente que agua.
Todo el silencio y la soledad juntas.

Para convertirme en mi mejor compañía.

Y tú puede que andes en tu mundo,
desconocido para mí por mi ignorancia,
sobre cielos teñidos de todas las nostalgias que elegiste.
Cielos opacos que terminan en una galaxia
en la que no quiero existir, ni existiré nunca.



Y supongo que se emborronan las escenas.
Y ya no tengo dudas.
Y ya no me importan las preguntas.
Ni  me importan las respuestas
ni todos mis interrogantes
que, jamás,
querré conceder.

Y fue en este momento de amor incondicional 
que di un  saludo de bienvenida a mi vida,
para poder perdonar de una vez por todas
mi inexcusable ignorancia
y compartir conmigo esa copa de vino,
a ser posible,
ignorando aquellos incisivos acantilados.



 /AnA GaLinDo/ 

[Ilustraciones Anke Merzbach ]


  

1 comentario:

Anónimo dijo...


La ignorancia no da permiso para el engaño ni la mentira. No tiene nada que perdonarse y mucho que lamentar por el tiempo perdido. Que miedo dan los acantilados .

Brava siempre con tu poesía, amiga